RODRÍGUEZ JAIME, MARÍA MATILDE
Este tríptico de Maríamatilde Rodríguez es, diría un impaciente que pasó temporadas en el infierno, un u201ccaballete mágicou201d. En él reúne varias de sus voces: de u201cLos hijos del paisajeu201d, uno de los libros más asombrosos de nuestra poesía, incluye reveladores episodios de nuestra historia común, de nuestra historia clínica. Los continentales que vemos a San Andrés como una isla de idilio, como un mar de postal, desconocemos su drama. Ese mar que todo el tiempo amenaza con irse y no se va, al contrario de los cientos de desaparecidos que se ven abocados al tráfico de un u201cmiserable milagrou201d (Michaux dixit), son un eslabón de nuestra penuria social. Cientos de muchachos sanandresanos apresados y ahogados en altamar o, llegados a las cárceles en Tampa, terminan sepultados en el olvido, desatendidos por una patria cuya lengua apenas balbucean. De esto habla desde la tierra firme de su palabra Maríamatilde Rodríguez. Junto a estos poemas de agua y olvido, hay una muestra de u201cPoemas para los pájarosu201d, un ciclo donde el milagro es corriente para los solitarios que acostumbramos estar acompañados de pájaros, perros o ángeles en celo. u201cJuramento gitanou201d nos sumerge en un ámbito familiar con visitas a los padres ausentes, como si desde una mecedora balanceara presentes que huyen y pasados que regresan. En cuanto a la semblanza del poeta Alberto Rodríguez Tosca, cubano de nacimiento y colombiano por desgracia, se trata de un escrito evocador, afectuoso sin afectaciones, que vuelve a poner de presente una palabra habitada, un testimonio de amistad más allá de los límites de la ausencia. Juan Manuel Roca
