MÓNICA LUCÍA SUÁREZ BELTRÁN
Algo nos dicen estos versos sobre el origen del espíritu humano; también sobre la presión por interpretar lo que se mira, se escucha y se silencia. Entonces nos dice a su modo, quien habla en estos versos, que, así como se erigen el hombre y la mujer en los tiempos primigenios, se erige el lenguaje y con él la poesía. Es lo que inferimos de la analogía entre el barro, el primer ser humano y la poesía, así como las semejanzas entre quien escribe y la singularidad de los árboles y sus raíces. Los árboles, por ejemplo, también tiemblan como ocurre al sobrevenir la tempestad. Pero antes de caer el árbol en hilachas fue posible la puerta, la ventana, el armario, la cuchara de palo. Antes de caer, el árbol es como el poema: fornido y con luces entre las hojas. Entonces hay una cierta metamorfosis en la construcción del poema, pero igualmente es inevitable la caída. En consecuencia, las cosas ya estaban antes de que él y ella llegasen; señalarlas y representarlas es el acto inicial de la poesía, porque es jugar con la invención de las palabras. Y escribir poesía es como el acto de parir y de recibir el aliento del recién nacido. La poesía es la criatura que carga con los recuerdos, sean infames o sublimes, de quienes juegan con el lenguaje: el poeta y el niño. Solo cuando se hace pública, la poesía aminora esta carga, como ocurre con el libro al ser leído. Mónica Lucía Suárez Beltrán hace parte del grupo de escritoras colombianas que, en las décadas transcurridas del siglo XXI, han abierto camino para inaugurar poéticas distintas y modos diferentes de hacer converger las artes alrededor de la poesía, como el caso de la poesía expandida: con música, danza, teatro e iconografías. Por eso el halo del canto y de la letanía en este libro.